Se dice que en esta casona de la esquina vivieron don Rafa y sus dos hermanas gemelas: Luz del Carmen y María del Carmen, les decían las Carmelitas. Eran muy devotas a la Parroquia del Señor de las Misericordias que se encuentra en la cuadra en cercanías al Hospital General San Juan de Dios.
Ellas iban todas las mañanas a misa de seis, siempre comulgaban y se confesaban, aunque no pecaban, sus mayores faltas eran hablar mal de su hermano que se la pasaba todo el día hojeando las páginas del Imparcial dizque buscando empleo sin encontrarlo.
Decía Don Rafa que no hay trabajo en este país, y se la pasaba llenando la sopa de letras, los crucigramas y el mahong asiático. También revisaba las transferencias de jugadores famosos en el deporte internacional, leía las notas sociales de bodas, quince años, bautizos y demás reuniones de los ricos de la época.
Se estaba llenando y coloreando los chistes de Archie, Pepita, Dr. Merengue y los superhéroes, él siempre estaba atento a la llegada del voceador que pasaba en una moto tronadora a las cuatro y media de la mañana dejándole su provisión matutina debajo de la puerta.
Tomaba su café sin azúcar, una conchita de harina y su lapicero azul para empezar la jornada de búsqueda laboral que duraba de cuatro a seis horas de lectura, resolución de juegos de inteligencia y destreza, colorear comics y cerraba leyendo su horóscopo a ver que le predecía el hermano del zodiaco.
Pasada la hora del almuerzo, don Rafa salía con sus lentes oscuros a tomar el sol y a meditar en lo leído en los diarios matutinos, para después concluir que los trabajos piden demasiados requisitos y es imposible cumplir con tantos.
Las Carmelitas están cansadas de pagarlo todo con la escasa pensión que les da el seguro social y por el que tuvieron que trabajar demasiados años, aportando al plan de la tercera edad. Nada está atrasado, pero no por el esfuerzo de su hermano mayor.
Mientras él se prepara para la llegada de La Hora, que se imprime a media tarde y así llegar a la noche porque buscar trabajo eso sí que agota. Una mañana de lunes no se le ve a don Rafa, ya que salió el fin de semana a ver un trabajito en el interior del país.
Este estaba ceca de los Aposentos en Chimaltenango el salió desde el sábado y aún se demoraba en regresar. A media mañana, cuando llega, reporta a los bomberos y la policía la localización de los cadáveres de sus hermanas, asesinadas mientras dormían.
Se dice que las puertas no fueron forzadas, el techo no estaba roto y el asesino sabía dónde se guardaban las llaves para escapar después. Todo es muy raro, comenta la Policía Judicial, no hay huellas ni pistas que puedan ubicar al sospechoso.
Solo se decía que don Rafita estaba cansado de las habladas de las hermanas y que cada ves debía estar afuera tratando de llevar algún dinero a la casa. Esto es lo informa a las autoridades, después del episodio todos los vecinos lo ven con recelo.
Muchos murumuraban que era el heredero universal de los dos seguros de vida de las Carmelitas. Días después del sepelio, don Rafa se fue con la despampanante jovencita con quien se le miraba platicar en las afueras de la iglesia, mientras esperaba que sus hermanas salieran de misa; se desapareció en un viaje al Caribe y nunca regresó.
La casita quedó abandonada, pero comentan los vecinos que por las noches se escucha la radio y las voces de dos señoras llorando y suplicando que se investigue. Los más curiosos juran ver la silueta de un señor de baja estatura pasearse detrás de los vidrios opacos, como desesperado después de haber hecho algo ilícito.
Nadie sabe nada, la policía nunca investigó, los bomberos hicieron su trabajo y de parte del juzgado de asuntos municipales le pusieron grandes candados a las habitaciones para evitar que los saqueadores entren a llevarse algo.
Sólo quedan las siluetas, los quejidos nocturnos y un gran malestar. Los periódicos matutinos y vespertinos se acumulan debajo de la puerta, los repartidores dicen que llegan dos señoras a pagar las suscripciones a la central y por eso siguen llevándolos.
Sergio García